
Hasta siempre, Pepe Mujica: el adiós a un hombre que vivió como pensaba
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<< Mujica anunció que el cáncer se había expandido y decidió no someterse a más tratamientos, expresando: "Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo"...>>
Hay hombres que, sin buscarlo, se convierten en símbolos. José “Pepe” Mujica fue uno de ellos. No por discursos grandilocuentes ni por promesas vacías, sino por la coherencia entre lo que decía y cómo vivía. Hoy Uruguay, América Latina y el mundo despiden no solo a un expresidente, sino a un referente moral de nuestra época. Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, en una familia humilde. Desde joven supo que la justicia no era una abstracción, sino una urgencia. Se sumó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana que buscaba transformar el país desde sus cimientos. Aquella decisión le costó más de 13 años de prisión, buena parte de ellos en condiciones infrahumanas, incomunicado y encerrado en calabozos húmedos. Pero salió de allí sin odio, con un espíritu sereno y un discurso desarmante: “No soy pobre. Soy sobrio. Vivo con poco para tener más tiempo libre.” Ya en democracia, Mujica apostó por la vía institucional y, en 2010, llegó a la presidencia de Uruguay. En un continente marcado por la desconfianza hacia los políticos, él rompió el molde. Gobernó desde su chacra, acompañado de su perra Manuela, sin seguridad personal, y donando el 90% de su salario. Su austeridad no era estrategia: era convicción. Durante su mandato, impulsó reformas que marcaron un antes y un después. Legalizó el matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo y fue pionero en la regulación del mercado del cannabis, con un enfoque profundamente humano: menos castigo, más comprensión. Todo esto sin levantar la voz, sin vanagloriarse. “Gobernar no es mandar, es servir”, solía decir. Mujica no necesitaba convencer, bastaba con mirarlo: un viejo campesino, de andar lento, hablar pausado y ojos que transmitían una mezcla de sabiduría y ternura. Su discurso ante la ONU en 2013, donde criticó el consumismo y llamó a vivir con sencillez, conmovió al mundo. No hablaba desde la teoría: hablaba desde la vida vivida. Su último mensaje, cuando anunció que el cáncer no le dejaba más camino que esperar la muerte, fue tan lúcido como siempre. “Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo”, dijo sin dramatismo. Como quien acepta que todo tiene su tiempo. Murió el 13 de mayo de 2025, a los 89 años, en su casa, como él quería. Hoy, su partida deja un vacío difícil de llenar. Porque Mujica no fue perfecto, pero fue honesto. Porque nunca pretendió ser héroe, y por eso lo fue. Porque se mantuvo fiel a sus principios, incluso cuando lo fácil era renunciar a ellos. Fue un presidente, sí, pero sobre todo fue un maestro de vida. Desde el sur del mundo, desde esa pequeña patria que es Uruguay, se apaga una voz y se enciende un ejemplo. Nos queda su palabra, su testimonio, su ternura de viejo terco y sabio. Hasta siempre, Pepe. Gracias por enseñarnos que otro modo de hacer política —y de vivir— era posible. Tu ausencia duele, pero tu legado nos acompaña.